Pues salíamos de caza Enrique y yo... como buenos lobos... de mar. Pensábamos ir a Tossa al atardecer pero al pasar por Blanes, decidimos echar un ojo al acceso de la Punta de Santa Anna, que a raíz de la construcción del espigón del pueblo ha quedado "incomunicada" al desaparecer la playa a pie de acantilado...
De seguida vimos que todo seguía igual, pero embrujados por el encanto de aquellas rocas y por el aspecto de las luces que se preveían decidimos intentarlo... Nos quitamos los pantalones y las zapatillas y entramos en el agua... los que conozcáis la costa Brava sabréis que aquí la orilla es muy abrupta y de seguida pierde desnivel. Bordeando el acantilado me llegaba el agua por la barriga, y una vez metido, con unos 4000€ a la espalda en la mochila, daba pánico resbalar en las rocas pulidas y cubiertas de algas que íbamos pisando.
Con toda la lógica del Mundo, decidimos continuar, ya puestos...
Nada más salir del agua, Enrique me mira con la cara pálida y me dice "y cómo vamos a salir de aquí??" y yo ya me estaba riendo, y no paré de sonreir en toda la sesión de fotos... el lugar tiene magia. Sin duda es de lo más agradecido de la costa brava, además otros compañeros ( en especial Jep Flaqué y Camilo Margelí, ambos enlazados a la derecha de este blog) han hecho aquí algunas grandísimas fotos, y eso marca.
Yo me fui moviendo de un lugar a otro, repitiendo encuadres (no hay demasiadas opciones desde lo alto del acantilado, y bajar estaba complicado... Enrique, haciendo honor a esa técnica tan depurada de "fotografía de bajo consumo" apenas movió las patas del trípode de sitio... de hecho, en varias fotos que le hice durante la tarde SIEMPRE está en el mismo sitio, jaaaaaaaaaaaaaaaaa!!
Hay pocos lugares en que los últimos rayos de Sol incidan en una formación de roca tan hermosa y el hecho de fotografiar desde bastante arriba hace que tenga bastante protagonismo la transparencia del agua, y esos tonos turquesa, combinados con el gris de la roca, la LUZ anaranjada, y el cielo tan variable... no me puedo imaginar unas notas más hermosas en ninguna melodía de esos seres míticos, que unos llaman Sirenas y otros conocemos como Sueños, como esa fórmula de los antiguos alquimistas... una fórmula capaz de convertir algo de roca, agua y luz reflejada en un espectáculo rayando la perfección.
El hecho de quedar algo inaccesible ha atraído a una pequeña colonia de gaviotas patiamarillas, que de vez en cuando nos pasan rasantes... y lo entiendo cuando descubro un pollo acurrucado junto a un saliente de la roca. No lo molestamos y me retiro. Al buscar otros encuadres, en la repisa por donde me muevo veo un nido con dos huevos de gaviota, cagüen!
Dejaremos esos otros encuadres para otro día...
El Sol se tapa con unas nubes y parece que se nos acabará el espectáculo, pero como nunca se sabe aguantamos a pie firme, sin hacer caso de las tremendas luces que tenemos detrás, snif, snif...
Pero la perseverancia da sus frutos... Enrique, que ya había empezado a preguntar cuándo nos íbamos... y cómo haríamos... se calla de golpe al llegarnos un fogonazo de luz...
Apuramos todo lo que podemos, todas las combinaciones, con pola, con degradado más claro, más oscuro, el inverso, con el ND, en vertical, en horizontal... y los minutos vuelan... a estas alturas de la película no creo que nadie considere esta afición como algo relajante... aunque debo reconocer que hay momentos para todo... a veces me siento en una piedra y me quedo mirando, sin pensar en nada, empapándome del rumor del agua, del movimiento de las nubes, de los reclamos de las gaviotas y el dibujo de la espuma de las olas... tengo la convicción de que mientras uno vive estos momentos es incapaz de pensar en cosas malas, yo al menos siento una profunda conexión con el mundo. Y eso sin pensar.
Esas últimas luces, ya invisibles a simple vista, tan sutiles siempre sorprenden cuando las ves en la pantalla de la cámara...
Se está haciendo de noche, y aún tenemos que volver a vadear un trecho de agua... a oscuras.
Esta vez ya se nos han quitado las manías y nos quitamos toda la ropa y nos ponemos la mochila en los hombros (que a la ida se mojó bastante), el trípode entero dentro del agua y las olas míseras del mediterráneo nos parecen tsunamis que quieren engullir nuestro equipo.
Pocas veces me he reído tanto, y os juro que cuando llegué a casa me dolía la garganta y los "mofletes" de las carcajadas (más bien histéricas, jaaaaaaaaa!).
Saludos!!