El fin de semana pasado tocaba pasarlo en Andorra, "el País dels Pirineus"...
Aprovechando además, que estaría en plena otoñada, casualmente ;-)
A pesar de haber ido innumerables veces nunca me acostumbraré a lo apretado que está todo allí. La mayor parte de las veces que he ido a sido ha hacer alguna actividad de montaña, y he ignorado deliberadamente la "ciudad".
Viene a ser como un centro comercial pero a lo bestia. En fin, que me resulta muy desagradable, y eso que vivo en Santa Coloma... de Gramenet. Que tiene tela.
La cuestión es que resulta bastante terapéutico un paseito (o dos) por los caminos de montaña, a pocos kilómetros de distancia de la frenética actividad comercial y turística del valle urbano.
Choca bastante como puede convivir la Andorra urbana, estresante, apretada, rápida con la Andorra salvaje, que también existe... Aunque se nota mucho la mano del hombre y la inclinación turística del país. Está todo muy preparado, muy bien equipado, carteles, letreros, señales de caminos, senderos perfectamente trazados, los míticos refugios libres de Andorra: una maravilla.
En fin, no deja de ser recomendable para pasar unos días llenos de contrastes, poder pasear por la mañana por uno de los valles más hermosos del Pirineo (La Vall de Madriu) y a la tarde, de tiendas pijas, o de bazares baratos...
Y efectivamente, el reencuentro con ese valle es un bálsamo para el alma, su camino empedrado, sus contrastes de bosque mixto, pinos rojos, abetos, abedules, arces, sauces...
Y qué gozada volver a caminar por viejos caminos, caminos que recuerdas de la juventud, caminos que te recuerdan lo viejo que es el mundo. Caminos que te llevan a través del color, de la vida, de piedras pulidas de tantos pasos que te han precedido, algunos de los cuales fueron tuyos, cerrando bucles o círculos que, espero, jamás queden cerrados del todo.
Aprovechando además, que estaría en plena otoñada, casualmente ;-)
A pesar de haber ido innumerables veces nunca me acostumbraré a lo apretado que está todo allí. La mayor parte de las veces que he ido a sido ha hacer alguna actividad de montaña, y he ignorado deliberadamente la "ciudad".
Viene a ser como un centro comercial pero a lo bestia. En fin, que me resulta muy desagradable, y eso que vivo en Santa Coloma... de Gramenet. Que tiene tela.
La cuestión es que resulta bastante terapéutico un paseito (o dos) por los caminos de montaña, a pocos kilómetros de distancia de la frenética actividad comercial y turística del valle urbano.
Choca bastante como puede convivir la Andorra urbana, estresante, apretada, rápida con la Andorra salvaje, que también existe... Aunque se nota mucho la mano del hombre y la inclinación turística del país. Está todo muy preparado, muy bien equipado, carteles, letreros, señales de caminos, senderos perfectamente trazados, los míticos refugios libres de Andorra: una maravilla.
En fin, no deja de ser recomendable para pasar unos días llenos de contrastes, poder pasear por la mañana por uno de los valles más hermosos del Pirineo (La Vall de Madriu) y a la tarde, de tiendas pijas, o de bazares baratos...
Y efectivamente, el reencuentro con ese valle es un bálsamo para el alma, su camino empedrado, sus contrastes de bosque mixto, pinos rojos, abetos, abedules, arces, sauces...
Y qué gozada volver a caminar por viejos caminos, caminos que recuerdas de la juventud, caminos que te recuerdan lo viejo que es el mundo. Caminos que te llevan a través del color, de la vida, de piedras pulidas de tantos pasos que te han precedido, algunos de los cuales fueron tuyos, cerrando bucles o círculos que, espero, jamás queden cerrados del todo.